Valor de uso habitual en la docencia, el autocontrol en el aula previene contra un amplio abanico de situaciones difíciles en clase como puedan ser la reacción irreflexiva ante determinados comentarios o actitudes del alumnado o, en el otro extremo del espectro, un excesivo celo profesional que pueda implicar la invasión de competencias que atañen a otras figuras educativas por parte del profesorado. Y es que el del autocontrol es un valor pedagógico eminentemente práctico y tremendamente útil capaz de salvar la más insostenible de las situaciones a través de la reflexión, el sosiego y, también, el apoyo de vuestros compañeros. Aunque en la película y libro que os recomendamos a continuación es puesto a prueba desde dos ópticas diferentes, con la intención de ofreceros otras tantas posibles reflexiones sobre los límites de vuestro papel como educadores y, también, de la paciencia que tantas veces acompaña al ejercicio de esta profesión.
Una película… La clase
Desde su estreno, relativamente reciente, en el año 2008, la película francesa La clase se ha convertido en una de las películas más recomendadas (y recomendables) sobre cómo se desarrolla hoy la profesión docente en muchos centros educativos europeos. Y es que François Bégaudeau (interpretado por sí mismo y, no por casualidad, co-autor del guión que adapta una novela propia, Entre los muros, inspirada en su experiencia como maestro de un instituto parisino), es uno de tantos docentes que día a día que se las ve y se las desea para captar la atención de sus alumnos adolescentes, no ceder ante sus continuas interrupciones y leves faltas de respeto o intentar impartir su clase en un entorno multicultural en el que una parte del alumnado a duras penas habla (o entiende) el francés. Y todo entre claustros de profesorado en los que se debate sobre cómo encarar situaciones en el aula que minan la paciencia, reuniones de con las familias de sus alumnos y, también, algunos instantes en los que su labor se ve recompensada por los avances de sus alumnos. Desde este grado de cotidianeidad, y con una puesta en escena que huye de todo asomo de tremendismo o demagogia, el director Laurent Cantet firma una película aparentemente sencilla por lo reconocible de las situaciones que plasma en pantalla pero que parte de una infraestructura formal que la aproxima al documental. Ya que, con la inestimable ayuda de Bégaudeau en calidad de fuente de información privilegiada por su experiencia personal como docente, o a la improvisación de muchas de las escenas de la película en las que Cantet y Bégaudeau lanzaban un tema de conversación al resto de intérpretes para ver como reaccionaban espontáneamente, las fronteras entre el armazón ficticio que acompaña a cualquier película no-documental y la realidad de los actores implicados en La clase se mezclaron a conciencia.
Quizás por eso, la sensación de veracidad que transpira la película convenció a público, crítica y festivales cinematográficos como Cannes, los Premios César y le mereció, incluso, una nominación al Oscar a mejor película de habla no inglesa al otro lado del atlántico. Lo que no es poco para un film humilde como el que nos ocupa, y que ofrece un certero retrato sobre el grado de control necesario para sobrellevar muchos de los momentos que se viven en un aula, y de la ocasional dificultad para ser justo cuando la impaciencia, la confusión y un cierto rencor ocupan el lugar del autocontrol en el sentido de la autoridad del docente.